sábado, 3 de febrero de 2018

Aquí y allá | Encuentros | MCS


Al tiempo que tú lo alargabas estiraba yo el brazo para alcanzar la única jarra que la mesonera —¿Maritornes se llamaba?— había dejado entre los dos. Y junto al asa las manos, una tuya, Miguel, y otra mía, se rozaron, pero no para saludarse. A la vez retiramos el gesto y a la vez con un movimiento de cabeza nos cedimos, uno al otro, el pichel de vino. Me miraste y te miré. Teníamos la misma edad y nos habíamos sentado a la misma mesa. Los brazos descubiertos de la tabernera dejaron delante sendos platos grasientos de las mismas alubias.