miércoles, 9 de agosto de 2017

Dietario de sensaciones, 34


Los poemas eróticos empiezan en las puntas del cabello y cuando concluyen los pies se sienten plumas de ave. En su inicio congregan un caudal de lenguajes capaz de desbordar cauces e inundar cualquier terreno, pero conforme avanzan van perdiéndolo. Desaparecen las palabras y los ojos se cierran. Se simplifican también todos los gestos y solo queda en el rostro un único signo. Las manos se convierten en intérpretes de una sola nota y el poema se deshace en las sábanas como un hielo fuera de la nevera, sobre el mármol. Es cuando los versos resultan más intensos, menos literarios.