jueves, 27 de octubre de 2011

El pilón de la memoria, y 7

Ignacio Fortún. Rural, 2007

La luz sobre el zinc transforma los colores de igual manera que el crepúsculo matiza las losas, el revocado y los ladrillos de las construcciones olvidadizas hasta que parezcan algo. La chapa metálica carece de hondura, es solo una superficie átona en la que el pintor desemboza la perspectiva con trazos en conflicto que las manchas van suturando. También es quien dota de memoria a la imagen que, sin ella, no sería nada. Y cuando el cuadro parece concluido sobre una pared, aún está todo por decidir. Hay luces que oscurecen la plancha, unas subrayan las líneas, otras las modifican.

domingo, 23 de octubre de 2011

El pilón de la memoria, 6

Ignacio Fortún. Puentes sobre el Gállego, 2007

Desde aquí vemos la carretera de Barcelona sobre el río, las traseras del restaurante y los bloques de pisos cuya colada, cuando sopla el cierzo, despide a quienes tienen la suerte de marcharse. Hay otros que aparcan el coche de espaldas, a mí me gusta hacerlo de cara. Es cierto que siempre hay algún mirón que trata de adivinarnos tras los vidrios empañados, pero no me importa. Me gusta contemplar este paisaje cuando aún estoy jadeante y enciendo un pitillo. El puente, las farolas y en medio unos grandes carteles de los que sólo vemos la parte sin nada escrito.

miércoles, 19 de octubre de 2011

El pilón de la memoria, 5

Ignacio Fortún. Protección oficial, 2002
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No podía ser verdad. Cuando la maestra dijo que era la representación de la belleza se me atravesó la frase. Yo había visto un reportaje en la tele sobre Picasso y me fascinó su taller. En un lugar así podría amontonarlo todo sin que madre me diera la matraca. Sería un genio. Que iba a ser pintor ya lo sabía, porque padre me había dicho que acabado el colegio, le llevaría a él los botes. Y soñaba con pasar de una pintura a la otra. Pero tenía un problema, la belleza. ¿Dónde encontraba en el barrio la belleza que representar?

viernes, 14 de octubre de 2011

El pilón de la memoria, 4

Ignacio Fortún. Retorno, 2005

El proceso creativo de Ignacio Fortún empieza ante una plancha de zinc, con su resplandor mate intacto. Sobre ella, con un punzón, realiza incisiones y rayados sin ninguna orientación previa. Reproduce sobre la plancha, a continuación, un pequeño boceto, figurativo, realizado antes de elegirla. A partir de este momento empieza el arduo trabajo pictórico, reelaborando formas y colores hasta conseguir la integración de las incisiones expresionistas con el dibujo figurativo. Se diría que no renuncia a ninguna tradición artística. A este proceso plástico Fortún le añade otra secuencia, su constante reflexión, lírica, sobre la memoria. Como un escritor de trazos.

domingo, 9 de octubre de 2011

El pilón de la memoria, 3

Ignacio Fortún. Caracoles, 2002
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En la gran sala de la vieja casa se abrían tres alcobas donde dormíamos nosotras. Desde el ventanal, que se alzaba sobre los restos de la muralla, se veía nuestro patio, las eras, a lo lejos la Cuesta y el idilio entre los campos de trigo y el cielo. Teníamos las maletas ya en la calle, atadas con cordeles, cuando apareció el hombre que se lo quedó todo y le dio a padre un montón de billetes que abultaban mucho, pero no valían nada. Ahora padre cultiva un huerto, ahí abajo. Si levanta la azada, choca con la pared trasera.

martes, 4 de octubre de 2011

El pilón de la memoria, 2

Ignacio Fortún, Serie ceniza húmeda, 1992

Sobre los pilares, la autopista dicen que lleva hacia el mar. El mar será, imagino, como este campo seco y pedregoso; igual de llano, más grande, menos áspero. Nunca he visto la cara de quienes van al mar. El viaducto cruza esto por arriba. A veces creo que conducen con los ojos cerrados. Yo al menos así lo haría. Cerraría los ojos para adelantar el momento de tumbarme en una playa. Dicen que la autopista lleva a esos sueños, pero a nosotros sólo nos llega el ronquido incesante y de vez en cuando una colilla que nos calcina nuestro mar.

sábado, 1 de octubre de 2011

El pilón de la memoria, 1

Ignacio Fortún. Una puta embadurnada de nivea, 1983
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Como las peladillas de los bautizos. Dulzonas por fuera. Azules, rosas, según el bebé. También las había blancas. Al morderlas crujía la costra del azúcar y debajo encontraba una la almendra. A veces le amargaba un poco. Así mismo hubiera dicho yo, al tuntún, que era el amor; aunque, la verdad, hay demasiadas cosas con dos sabores. Los recuerdos son un ejemplo, siempre recubren sus frutos secos con azúcar glasé. Para que brillen, digo. Pero a mí el amor me parece como las peladillas porque si venían del bautizo, a la hora de pagar, se acordaban de regalarme una bolsita.